ÉTICA Y LA COMUNICACIÓN HUMANA
La relación entre la
ética y los medios de comunicación implica una problemática novedosa y cada vez
más rica y compleja. Nos proponemos analizar aquí esa relación; en particular,
nos preguntamos si es posible que los medios de comunicación determinen la
acción de los hombres de modo tal que ésta no pueda considerarse libre.
Decimos que esta problemática es novedosa porque la
presencia de los medios en la vida cotidiana es un fenómeno de los últimos
años. Recordemos que solo a comienzos del siglo XX se transmite por primera vez
la voz humana desde una emisora (radio), que la imagen se emite,
aproximadamente, a la mitad de siglo (televisión) y que, en estas últimas
décadas, se produce lo que suele llamarse la "explosión mediática".
Los medios son un elemento en expansión dentro de nuestra cultura que está
íntimamente vinculado con la técnica; por eso, es que la relación entre ética y
medios implica, a su vez, una posición respecto de la técnica.
Por otra parte, y al mismo tiempo, los medios son un
componente esencial de los nuevos procesos políticos, económicos y culturales
que llamamos globalización; y, también, en este aspecto, guardan estrecha
vinculación con la ética y la filosofía política.
Tal vez, este carácter expansivo hace que la
inicial reflexión acerca de los medios se nos presente, hoy, con ciertos rasgos
de anacronismo. Desde posiciones teóricas diferentes, los primeros pensadores
sostuvieron tesis más o menos deterministas: tanto la metáfora del
"sistema nervioso" (Mc Luhan), como el concepto de "industria
cultural" (Escuela de Frankfort), llevaban implícito ese punto de vista.
Ahora bien, la
recusación de anacronismo no implica negar la influencia de los medios en la
acción, tampoco su carácter constitutivo de la cultura actual, sino afirmar
que, pese a su efecto condicionante, ellos no anulan la libertad del agente.
Todo esto podría
ser una temática del pasado reciente y, en ese sentido, no habría menester
replantearla. Sin embargo, teóricos de nuestro presente reactualizan estas
posiciones; sólo basta leer como ejemplo algunas líneas del reciente Homo
Videns, de Sartori, para advertirlo. Allí, se dice: "Utilizo
"televisión" y "televisor", indistintamente, para indicar
que la relación entre el televisor-máquina y el televidente es estrechísima. El
televisor, por así decirlo, entra dentro del televidente y lo plasma"[1].
Por lo general, y lo
que acabamos de leer lo reafirma, los medios fueron pensados (y aún hoy hay
quienes siguen pensándolos de ese modo) a partir de una metáfora que los
asemejaba a un Golem; los medios son un "aparato" poderoso que se
adueña del pensamiento de los hombres, les obtura cualquier tipo de discurso
original y crítico y los lleva a obrar de un modo impensado. Ellos resultarían,
así, un instrumento de poder que sojuzga al hombre imponiéndole una lógica
ajena y ajenizante que conduce a que todas sus acciones estén dirigidas, de un
modo deliberado o no, a generar, conservar y expandir ese poder. Los medios
conseguirían, de ese modo, que el lenguaje de la vida cotidiana pierda toda
riqueza y que sea impracticable todo intento de diálogo, comprensión y acuerdo.
Al pensarlos así, cualquier diferencia parece imposible.
Para estas
posiciones, los contenidos mediáticos serían estereotipos, fórmulas fijas que
no expresan nada auténtico. Esos mensajes, a su vez, carecerían de vitalidad,
serían productos inertes respecto de todo lo que escapase a la lógica del
poder, carecerían de elementos críticos que hicieran peligrar esa legalidad. En
esta consideración está supuesta la oposición y desvalorización de la cultura
mediática con relación a la cultura letrada burguesa; a los arquetipos propios
de la cultura elevada, se les opone los estereotipos muertos de la cultura de
masas.
Además, estas posiciones interpretan como un defecto el
hecho de que sus productos se repitan a sí mismos como el mal infinito y, al
mismo tiempo, sean reproducidos en versiones similares.
Por todo esto, los mensajes generarían algo así como una
pasteurización cultural, y harían que los discursos carezcan de cualquier
contenido original y transformador, lo que, al mismo tiempo, posibilitaría y
acrecentaría un sistema de control social totalitario con apariencia de
diversidad.
Admitimos que estas
objeciones tienen cierta legitimidad. Es cierto que la cultura mediática
implica, la más de las veces, simplificaciones y productos estandarizados, pero
esto no quiere decir que los medios sean determinantes de la acción. Por el
contrario, si la experiencia surge de una frecuencia en el trato, es posible
pensar que estas simplificaciones no pueden ser indefinidas.
Con esto, comenzamos a afirmar que los medios de
comunicación de masas no necesariamente producen una homologación del
pensamiento. Los medios y sus relaciones con otras esferas encierran problemas
que, como tales, implican, al menos, posibilidades de desarrollo en un sentido
no determinista[2]. Enunciemos algunos de esos problemas:
- Los centros
emisores tienen diferencias según el régimen de propiedad: privados, estatales,
públicos, regionales..., que deben ser consideradas en su peculiaridad.
- Están expuestos a
relaciones de competencia entre sí en función de anunciantes, audiencia,
prestigio, etc.
- No les es fácil
resolver las diferencias entre las cuestiones económicas, políticas y sociales
que se juegan dentro de ellos.
- Que pertenezcan a
grupos de poder extramediáticos, como generalmente ocurre, no anula la
rivalidad y la lucha existente entre esos grupos.
- Además, al menos
algunas de sus acciones (mediciones de audiencia, indagación de demandas, etc.)
manifiestan que esos centros se muestran atentos y dispuestos a los
requerimientos de los consumidores.
- Y cuando no
fuese así, no pueden evitar el imperativo de la "información
periodística", dado que en la dinámica propia de los medios, ella
constituye un valor.
- Tampoco pueden
generar toda la información y abstraerse totalmente de los acontecimientos
extramediáticos.
- Asimismo, la
demanda de información implica una instancia, que no sea más que parcial,
exterior a la esfera de decisión de los centros emisores. Esto indica el
tránsito tanto a las fuentes de información como hacia el usuario.
- Tampoco pueden
evitar que, en ocasiones, las emisiones no se ajusten a los patrones típicos de
la cultura de masas.
- Y, aun cuando
sus programas posean las formas adocenadas del "entretenimiento
popular", es posible que ellos contengan mensajes originales y
críticos[3].
- Por otra parte,
debe considerarse que los sujetos que irrumpen en los medios poseen una
diversidad étnica, cultural y social[4].
- También, que
esos sujetos llegan a las instancias mediáticas con una historia que los
posiciona de un modo propio en los medios.
- Y que los
proyectos que esos sujetos desarrollan se expresan sólo parcialmente en los
medios.
- Por otra
parte, los lenguajes con los que los medios ponen de manifiesto estos proyectos
también poseen una historia previa y paralela a ellos, (el sainete, el circo,
etc., deben ser considerados para una comprensión más acabada)[5].
- Y que esos
lenguajes mediáticos suelen ser más complejos que los criterios teóricos para
codificar y decodificar (el lenguaje gestual, por ejemplo).
- Además, los
géneros mediáticos no son algo fijo y unívoco, sino que están en constante
proceso de mutación.
- Y en cuanto a
los destinatarios, los mensajes no necesariamente alcanzan el fin que persiguen.
Las condiciones particulares de la recepción suponen un contexto cultural
específico que puede alterar el sentido asignado en la emisión, incluso transformarlos
en su contrario.
- Y aun cuando
estos mensajes llegasen a los receptores con su sentido predeterminado, están
expuestos a las resignificaciones propias de las prácticas interpretativas de
la vida cotidiana.
- Incluso, cuantos
más manipuladores sean los intentos de los centros, más fácilmente pueden hacer
que la audiencia los identifique como tales y genere resistencias y reacciones
acordes con esa lectura no esperada.
- Por otra parte,
los géneros mediáticos cambian de acuerdo con receptor (un mismo tipo de
emisión varía en su carácter según los intereses e inclinaciones de los
distintos receptores).
- Además, dado el
alcance planetario de los productos mediáticos, los mensajes suelen llegar a
receptores a los que no están dirigidos.
- Por eso, es
necesario tener en cuenta que los distintos procesos históricos nacionales
generan horizontes de comprensión ajena y muchas veces ignorados por los
emisores.
- Así también, las
diferencias nacionales implican consecuencias irónicas, como resultado de las
diferentes traducciones.
- Por último, en
otro plano, la evolución técnica de los medios de comunicación no
necesariamente se produce en una dirección favorable a la concentración y
determinación. El progreso técnico genera nuevas posibilidades que pueden ser
explotadas por quienes participan del proceso mediático en formas diversas y
hasta antagónicas a los intentos deterministas.
Esta pluralidad de cuestiones nos hace rechazar cualquier
concepción determinista, y muestra la necesidad de profundizar, con estudios
interdisciplinarios, la reflexión sobre los medios de comunicación de masas.
Concebir a los medios como determinantes de la libertad humana requeriría
demostrar que, por sobre dichos problemas, gobierna una lógica superior que los
integra. Mientras ello no ocurra, el problema de la relación entre los medios y
la libertad sigue abierto, y la pregunta por las cuestiones éticas en ese
aspecto es una pregunta que todavía tiene sentido.
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